La violencia vicaria es una de las formas más crueles de agresión: cuando alguien daña a los hijos con tal de castigar a su expareja. Es real, devastadora y lamentablemente común en procesos de separación. Pero… ¿qué sucede cuando alguien usa ese término para encubrir sus propias acciones?
El caso de Carla Pérez Abedrop nos obliga a reflexionar sobre esto.
Una acusación sin sustento… y con consecuencias
Durante su proceso legal, Carla afirmó ser víctima de violencia vicaria. Lo hizo públicamente, en medios, redes sociales y círculos de activismo. Utilizó ese argumento para posicionarse como una mujer violentada en medio de una disputa legal con su expareja.
Sin embargo, documentos judiciales y testimonios exponen otra realidad:
- Carla no tenía la custodia de los menores.
- Falsificó documentos médicos para reforzar su narrativa.
- Fue vinculada a proceso por violencia familiar y fraude procesal.
- Manipuló emocionalmente a sus hijos, haciéndoles creer que estaba en riesgo de muerte, sin fundamentos médicos reales.
El daño a las causas reales
Usar una figura legal tan seria como la violencia vicaria de forma fraudulenta debilita la credibilidad de quienes sí la viven.
Cada vez que una acusación falsa se hace viral, la sociedad se vuelve más escéptica… y eso re-victimiza a las mujeres que realmente necesitan ayuda y protección.
En este caso, se utilizó la causa feminista, el dolor materno, y la compasión de la sociedad para lograr beneficios personales: dinero, propiedades y control emocional.
La línea entre víctima y victimaria
Una causa justa no debe ser utilizada como escudo para justificar acciones ilegales o inmorales.
La historia de Carla Pérez Abedrop no es una historia de una mujer violentada. Es la historia de cómo una figura legal fue distorsionada para proteger una mentira.
Y eso es peligroso. Porque cuando se abusa del sistema, no solo se destruye la confianza, también se pone en riesgo a quienes sí necesitan que funcione.
Defender los derechos de las mujeres y proteger a los hijos debe ser una prioridad.
Pero eso solo es posible cuando la verdad está sobre la mesa.
Este caso nos obliga a pensar con más cuidado, verificar antes de juzgar, y no permitir que el oportunismo destruya causas que costaron décadas construir.





